LA FORMA RESISTE LA FUNCIÓN
ARTISTA: Carlos Silva Esta exposición se enmarca dentro del proyecto denominado Al límite de la percepción: miradas, acciones y ejercicios críticos entre arte y arquitectura .Calor Silva, artista visual Chileno con estudios en Diseño, Arquitectura y Artes Visuales. Mediante la precariedad de los materiales, plantea una visión de ciudad haciendo uso de sus conocimientos arquitectónicos y un dominio sobre las intervenciones en el espacio publico. Sus obras surge del habitar el espacio urbano desde la invisibilidad de la ocupación urbana fuera de la oficialidad, desde los errores o espacio que quedan fuera de la planificación urbana.
http://www.csilva.cl/
LA INAUGURACIÓN, CÓCTEL Y CONVERSATORIO CON EL ARTISTA SERA EL LUNES 27 DE MAYO /2013 A LAS 17:30 HRS. EN EL AUDITORIO DEL EDIFICIO VK1 UBICADO EN SANTA ISABEL 1186, SANTIAGO CENTRO
Mas información: ciudadatmosferica@gmail.com
http://ciudadatmosferica.cl/
Organiza :Colectivo Ciudad Atmosferica
Curatoria: Rodrigo Ortega Chavarría, Artista Visual, Académico en Teoría e Historia del Arte.
EVENTO GRATUITO
La Forma Resiste a la Función.
José Solís.
Texto presentado en la inauguración a la exposición de la obra de Carlos Silva “La Forma resiste a
la Función”
Facultad de Arquitectura, Urbanismo y paisaje
Universidad Central de Chile
27 de Mayo de 2013
La ciudad imaginada por las vanguardias de principio del siglo XX, tiene su momento programático más ejemplar en el porfiado intento de unificar arte y vida. La estetización del medio urbano promovida por el Movimiento Moderno, consistió justamente en la insistente exposición visiva del orden espacial. Pero esta manifestación esplendorosa de lo visible no queda atrapada únicamente en la rigurosa repartición del espacio urbano. Su íntima textura es más bien el tiempo. La ciudad moderna acaece en el esplendor visual allí donde la regulación de la ciudad moderna, más que el ordenamiento estático del espacio, es la extenuante imposición visual de los actos instrumentales que potencialmente descansan en la transparente relación entre forma y función y que va pautando la melodía de los tiempos urbanos. Heidegger concibe justamente a la cotidianidad como el plexo abierto de relaciones instrumentales, y llamará Umsicht (o visión-práctica) al específico modo de estar perceptualmente “ocupado” en el mundo definitiva, la ciudad del Movimiento Moderno apuesta a la producción de una subjetividad estéticamente integrada, siempre dispuesta a asumir racionalmente el entorno prestacional que constituye su cotidianidad, puesto que en ello radica su vocación de educar estéticamente. Más aún, debemos considerar que la vida cotidiana, al menos en las teorizaciones emblemáticas tanto de Lukács y Heller como de Heidegger, siempre fue pensada bajo un modelo laboral, sea éste una teleología del trabajo o bien una disposición ocupacional; en este sentido, la ciudad moderna en tanto esplendor visual no sólo edificaría una subjetividad estética competente para el desenvolvimiento instrumental, sino fundamentalmente a un trabajador y en donde trabajar significa, primordialmente, “estaren-el-mundo” ocupándose de las cosas.
En esto radica, pues, el lema a estas altura mítico de que la Forma sigue a la Función. Por una parte, forma podría entenderse como el lugar del arte y la arquitectura, en rigor, el lugar de la techne; mientras que la función es el inmenso campo de los haceres y deseos de lo humano. No obstante, nos referimos a dicho lema como un mito, precisamente porque la convicción que aquél abriga, no fue otra cosa que una pequeña fantasía que un reducido grupo de arquitectos logró convertir en el sentido común de toda una disciplina. Por cierto una fantasía loable, aquella que asegura que la arquitectura se define como el acto magnánimo de doblegar la materia para colocarla a los pies de los fines humanos, haciendo de ella el despliegue técnico más elocuente de la voluntad ilustrada de emancipación. Pero el asunto más fundamental de esta delirante pretensión, no es tanto la capacidad de gobernar las formas, como de creer que la función es algo que puede ser determinado a priori por medio de la representación. En este sentido, la contradicción que siempre rigió al Movimiento Moderno, fue el querer dar libertad por la forma mediante la anticipación despótica de la función.
HEIDEGGER, MARTIN. Ser y Tiempo, Editorial Universitaria, Santiago 2002, pág. 97.
El trabajo que Calos Silva nos propone en esta oportunidad, habría que definirlo como una vuelta de mano al autoritarismo que este mitologema arquitectónico nos ha legado. La ciudad real que ha resultado de aquel lema, esta vez nos propone invertir su cifra: lo que para los otrora arquitectos modernos –incluso para los actuales– fue un signo de docilidad, ahora emerge como una monstruosidad ingobernable. La forma resiste a la función, pues son los actos humanos los que deben retorcerse y torturarse para colonizar los despojos solidificados de este sueño venido a menos.
Dos perspectivas nos presenta Silva a este respecto. La primera de ellas, coloca en escena lo que, sin duda, fue el motivo primordial de la también fuerza modernizadora que quiso representar la dictadura. Al funcionamiento del mercado, corresponde la forma autocelebratoria de vernos a nosotros mismos consumiendo.
En efecto, en los viejos caracoles ochenteros, cada uno de sus rincones está presto a la mirada del otro, una especie de versión liberal y matizada del panóptico terrorista de un estado completamente policializado, donde todos observaban a todos, donde todos eran sospechosos. Hoy en día, esas corazas de hormigón abandonadas, son presa fácil de todo tipo de alimañas y extrañezas que nada tienen que ver con la prestancia del consumo pretensioso de los 80´, ni con la obsesión panóptica del terrorismo de Estado: peluquerías, sex shops, podología, call centers o zurcidores japoneses, chorrean a borbotones por sus pasillos. Funciones menores, programas marginados dispuestos a retorcerse para habitar sumisamente los rincones de estas grandes osamentas pintarrajeadas.
La segunda perspectiva que nos propone Silva, es la economía oportunista que se gesta a la medida de los sitios imposibles que ha dejado la ciudad. Un reducido intersticio resultante de las contradicciones en el diseño del espacio público porteño, es el pretexto ideal para una táctica comercial de baja intensidad: la destreza funcional de la camioneta transmutada en pizzería, puede incluso hacernos creer, por un segundo, que ese lugar no sea, al igual que los caracoles ochenteros, una forma excretada resultante de una modernización a la chilena, sino el sitio ad-hoc para un fugaz deleite culinario. Más aún, ambos trabajos expuestos a lo largo de un volumen que atraviesa el hall de nuestro Facultad, no hace sino repetir exactamente el mismo gesto. La intimidante impostación de su vacío central, no podía otra cosa que dictar al sentido común, el seguir su imponente regla. He allí su resistencia omnipotente. Pero el arte, a diferencia de la arquitectura, le corresponde precisamente desnudar esa violencia formal con la que ésta intenta regular los tránsitos y las miradas, las velocidades y las detenciones que cotidianamente deslizamos silenciosamente.
Por lo visto, se entiende que este gesto se haga en una Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Paisaje. Quizás, lo que no parece ser tan evidente, es por qué en nuestra Si somos atentos, el asunto no es completamente ajeno a la misma operación que la obra devela: nuestros caracoles, nuestros intersticios excretados, no son otra cosa que nuestra propia institucionalidad, aquella forma que también resiste constantemente a nuevas funciones, a nuevas maneras de ejercer y concebir el espacio democrático universitario. Para que hablar del país, un escenario donde todo nuestro actual entramado jurídico político porfiadamente opone resistencia a los embates de una ciudadanía ofuscada, hastiada de los efectos que un modelamiento de cuarenta años de existencia, ha ejercido sobre ella de manera inconsulta y violenta.
El que la forma resista a la función, es el buen augurio que la obra nos dona, porque torna evidente lo que hace algunos años era imposible de vislumbrar: el roce que siempre la realidad nos devolvió suavizado con la característica corrección del consenso político, ahora se torna una dura caparazón en la cual ya no queremos habitar más como extrañas alimañas. Por el contrario, se trata de mudarnos a una nueva casa.
Montaje (fotografias ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
a la hora del cafe (fotografías ciudad atmosferica )
Nino (fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
Daniela Chirino , Robert San Martin_Colectivo Ciudad atmosferica (fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
Carlos Silva (fotografías ciudad atmosferica )
Daniela Chirino , Robert San Martin_Colectivo Ciudad atmosferica (fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )
(fotografías ciudad atmosferica )